Del silencio a la renegación. Reflexión psicoanalítica sobre la toxicomanía
por Alejandro Salamonovitz Weinstock

Hace quince años se publicó la primera edición de mi libro. «Del silencio a la palabra». Reflexiones psicoanalíticas sobre la depresión. Ya entonces hablamos de la depresión postulándose como la primera causa de muerte para el año 2035. En ese tiempo hablé de “Las enfermedades del silencio” en contrapartida de las enfermedades de la palabra como es la neurosis. Entre las enfermedades del silencio incluimos las adicciones que, parafraseando a Néstor Braunstein en su libro del Goce, las presentamos como a-dicción, sin-palabra. Así pensada la adicción, sería un mecanismo de silenciamiento, supresión de la palabra, enmudecimiento químico, que acompañado del efecto analgésico de la droga, da una salida soportable al dolor.

Hoy queremos ir más lejos de estas reflexiones, entonces como ahora, hay un referente imprescindible para la comprensión de las adicciones desde la mirada psicoanalítica. Me refiero al libro: “Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo” de Sylvie Le Poulichet.

Es en esta línea que hoy hablaré de Tóxicomanías y ya no de adicciones. La adicción, pensada como la no-palabra, ubica a la depresión como componente fundamental en buena parte de las adicciones. En ese sentido, la sustancia tóxica actuará como un analgésico capaz de aminorar o suprimir el dolor melancólico.

No pretendemos entonces ni ahora, dar una explicación global que abarque la explicación de todas las toxicomanías, sino proponer, una comprensión teórico-clínica parcial de las toxicomanías, nuestra intención es pues, profundizar nuestras reflexiones, tejer más fino en torno a esta problemática que sigue golpeando cada vez con más fuerza a nuestra sociedades.

El consumo de narcóticos a permeado nuestras sociedades haciendo del narcotráfico y la narcopolítica, el punto central de la crisis en nuestro país, y en buena medida en el mundo entero.

El modelo neoliberal que viene pauperizando salvajemente a nuestra sociedad, ha enfrentado a nuestro pueblo, y especialmente a los millones de jóvenes que se enfrentan cada día con la crueldad de un mundo que no produce condiciones para su educación, salud, vivienda y bienestar. Habitar este mundo es una experiencia, que para la mayoría, está atravesada por el dolor, la carencia y la desesperanza. El futuro es hoy una utopía.

En este contexto es comprensible que las toxicomanías sean un bálsamo, como diría Joaquín Sabina, una de las cien mentiras para no cortarse las venas.

Es en este sentido que no criminalizamos las toxicomanías, y que buscamos comprenderlas mejor para dejar claro como su mecanismo de acción es una respuesta a las condiciones de desaparición de lazos sociales, así como de la pauperización y abandono en el que hemos dejado a nuestros jóvenes. Es decir, hemos renunciado como sociedad al futuro y queremos dejar clara esta denuncia. El abandono de la infancia y la juventud, es un crimen de lesa humanidad, es un filicidio, un genocidio de la juventud, que pesa sobre una economía criminal, sobre un neoliberalismo que ha olvidado todos los valores subjetivantes del ser humano, y que los ha cambiado por la bolsa de valores.

Hoy quiero usar la palabra toxicomanías en vez de adicciones. Hoy quiero ir más allá del efecto de silencio detrás de las toxicomanías, para comprender cómo se amarra el uso de tóxicos a los mecanismos de defensa a los que nos arroja al infierno neoliberal para poder sobrevivir.

Hace 15 años, con cierto optimismo hablábamos de transitar del silencio en la palabra. Tristemente hoy tenemos que reconocer que nuestra sociedad no emprendió el camino que va del silencio a la palabra, sino que se ha profundizado la barbarie caminando en sentido contrario. Seguimos caminando con la brújula equivocada: vamos del silencio a la renegación; una suerte de perversización de la sociedad y desaparición de los lazos sociales, y con ello de la capacidad de conmovernos por el prójimo. Cada día nos alejamos más de la construcción de sujetos y estamos convirtiendo a nuestros jóvenes y niños en objetos del capitalismo. Mercancía en los circuitos de trata de personas y tráfico de órganos. El fin último del capitalismo salvaje, no es otro que la transformación de los sujetos en objetos de desecho. Convertir a jóvenes y niños en relleno de fosas comunes.

La toxicomanía lleva incluida la palabra manía. Sabemos que la manía es un mecanismo de defensa frente a la melancolía. La manía tapa la tristeza, el dolor, la pérdida y la desolación. La manía trata de tapar un mundo lleno de dolores, de abandonos, de seres queridos que ya no están, de pueblos y lugares que fueron devastados, de familias rotas por la migración al norte, por la destrucción por parte del aparato del narco, por la desesperación de enfrentar un mundo sin una mano amiga que nos acompañe.

La manía tapa el silencio y abre las puertas a la renegación. La renegación es un mecanismo de defensa del que cualquier ser humano puede echar mano cuando la realidad se torna insoportable. El tradicional mecanismo de defensa llamada represión, es incapaz de enfrentar los niveles de angustia y desesperación que la vida actual nos impone a la gran mayoría de las personas que habitamos este mundo.

La renegación es un mecanismo psíquico que produce una especie de alucinación en la que no vemos lo que se ha perdido. Es como ver pero no ver eso que perdimos y que es tan doloroso. Cabe aclarar que mucho de lo que perdemos, nunca lo tuvimos.

Es decir, perdimos un futuro que nunca lo palpamos, pero que aún así sabemos que es nuestro derecho, que es una realidad que tendría que estar en el porvenir. La toxicomanía nos ayuda a no ver ese mundo vacío, vaciado de sentido, de afecto, de tranquilidad. Nos ayuda a no ver nuestras casas desmanteladas, nuestras comunidades devastadas, nuestros campos secos y desmineralizados. Nos ayuda a no ver nuestros desaparecidos. Los tóxicos son un bálsamo frente a tanto sufrimiento y desesperanza, que auxilian a nuestro psiquismo para renegar de una realidad horrible.

Si bien no necesitamos de un tóxico para renegar de la realidad, podemos entonces empezar a entender como el tóxico auxilia estos mecanismos de renegación. Nos dice Sylvie Le Poulichet en su libro pag. 37; «No pocos toxicómanos comentan en parecidos términos las consecuencias de su consumo, lo que estaba “afuera” pasa “adentro”, y recíprocamente… pasajes mágicos entre “lo externo y lo interno”».

Esta cualidad de los tóxicos de poder poner fuera lo de adentro o adentro lo de afuera, le permite al sujeto hacer una serie de operaciones de reparación en su narcisismo herido, en una suerte de restauración de la castración real y ya no simbólica. La posibilidad de invertir el afuera y el adentro, nos permite transportar, con el auxilio del tóxico, aquello del mundo que falta, aquellos agujeros insoportables del mundo, dentro de nuestro cuerpo, al tiempo que el farmakon, el tóxico, nos da un remedio a ese agujero.

Es decir el dolor del mundo, eso que ya no está, esa realidad que fue devastada la transportamos dentro de nuestro cuerpo. ¿Pero cuál es la ganancia de pasar el dolor de afuera a un dolor adentro?

Creo que los alcances de esta pregunta no los podremos responder en este ensayo, pero si intentaremos contestar una parte. El poner los dolores del mundo en nuestro cuerpo, en el caso del toxicómano, le permite soportar el dolor a través de un fármaco. El fármaco cura el dolor de la desolación del mundo al ponerla en nuestra carne. Todo lo que perdimos, lo que el sistema nos arrebató lo hacemos carne perdida. Es de esa forma que con una sustancia podemos aliviar el dolor del mundo. Estamos frente a la más pura alquimia narcisista que inaugura el camino de regreso que va del mundo al cuerpo. Ese camino de regreso del mundo al paraíso perdido, no es otra cosa que hacer con nuestro cuerpo el mundo. Es así como nada de afuera me importa. Es así como me vuelvo inmune a la locura neoliberal al hacer de mi cuerpo el mundo que me fue arrebatado. El cosmos no es otra cosa que nuestra carne relanzada a un autismo originario en el que no hay más mundo que yo. Es regresar del mundo hecho de lenguaje al mundo hecho de silencio, en el que nos hacemos órgano doliente, miembro cercenado. La falta, la castración retorna en nuestro cuerpo, el mundo devastado se hace presente como miembro fantasma.

Nos dice: Le Poulichet pág. 59. Si todo hombre debe pasar cada noche por la alucinación de su sueño, las toxicomanías, por su parte, engendran una “satisfacción alucinatoria del deseo”. La operación del farmakon pone al cuerpo al abrigo de toda diferencia: el día y la noche del cuerpo no son más que una misma superficie continua, y todo efecto de ruptura resulta anulado. ¿Ninguna discordancia podrá perturbar ese circuito cerrado del retorno infatigable de un órgano que vuelve desde afuera? La abstinencia misma resucita ese órgano bajo los rasgos de un miembro fantasma.”

Empezamos quizá, a desentrañar el servicio que nos da el tóxico. Introyectar eso que perdimos en el mundo a manera de un miembro perdido, miembro fantasma, y aliviar el dolor de este pseudo-miembro perdido con la droga.

Esta alquimia psíquica es un proceso de narcisización inversa en la que, al encontrarnos con los puentes verbales rotos por un mundo en devastación, iniciamos el camino de regreso que va de la palabra al silencio, y en el que hacemos del lenguaje carne atormentada. Renunciamos así a la cultura, frente al espectáculo de incivilización y barbarie de nuestra sociedad.

Este abandono del lenguaje engendra un miembro fantasma, que no es otra cosa que el representante del mundo en nuestro cuerpo. Ese miembro fantasma es, entre otras cosas, la manifestación de todos nuestros muertos sin sepultura, nuestros 43 con 43,000 debajo, con millones clamando una justa sepultura, clamando justicia en una sociedad en la que la ley se ha perversizado, para ponerse al servicio de la delincuencia.

En ese miembro fantasma sigue viva la historia de la ignominia neoliberal. Ese miembro fantasma, con su insoportable dolor es la esperanza de que podremos construir un futuro al recobrar nuestra historia y nuestros muertos. Ese miembro fantasma es el fracaso de la estrategia del poder de borrar la historia.

La droga podrá hacernos olvidar un rato y hacernos soportable la vida. Es un bálsamo para seguir adelante, pero jamás podrá curar la injusticia que retornará como miembro fantasma en el sufrimiento del sujeto adicto que busque el camino de regreso al mundo, y a la palabra.

La cura a la enfermedad que subyace a la toxicomanía está en la transformación social, en la construcción de un mundo con valores y con futuro. Un mundo en el que volvamos a amar a nuestros hijos, a nuestros niños y jóvenes. Un mundo en el que reine la justicia y no la ganancia del capital.

Todos somos miembros fantasmas de un mundo atiborrado de dolor, el miembro fantasma no es una alucinación, es el retorno de la historia, es la versión de los vencidos, es la voz de los sin-rostro, es la verdad destruida en la memoria oficial.

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