«Pensar al otro, pensar el pensamiento»
por Carlos Fernández Gaos

“El hombre no ha inventado un error más

precioso ni una ilusión más sustancial que el yo”.

E.M. Ciorán

Otro, lo otro, un otro, la otredad siempre está implícita, soterrada, enmascarada, maquillada, pero siempre activa. Proyecto estructuralista que prestó buen servicio a la antropología, y que fue bien aprovechado por Lacan, no sin mutaciones, en lo que esta noción podría significar en el ámbito psicoanalítico. Fue tal el alcance de este proyecto, que pensar al otro, entre otras muchas nociones, también implicó situar al propio pensamiento en la misma estructura, es decir, que el pensar mismo tiene como telón de fondo un impensable como condición. De este modo se ponían en otro orden de congruencia algunas de las sentencias de Freud con respecto a conceptos tales como “la cosa”, “la realidad en última instancia incognoscible”, etc. No abundaré en esta ocasión en estos temas, solamente añadiré que en esta misma tesitura nos es posible ubicar la famosa frase cartesiana “pienso luego existo”, a la que recurre Lacan para afirmar que, para el psicoanálisis, la existencia se constata no en el pensamiento, sino, justo, en lo que no se piensa, haciendo que lo inconsciente sea, cabalmente, otro.

En la antropología, el otro es un semejante, pero la semejanza se establece teniendo como fondo las diferencias y viceversa. Las semejanzas o diferencias, son construcciones, interpretaciones que resultan de un propósito y una intención, pero además, de una motivación que hunde sus raíces en una trama no pensada que abre una fisura por la que vemos asomar las narices de lo que Freud llamó “el narcisismo de las pequeñas diferencias”.

Hoy día es posible encontrar semejanzas hasta entre humanos y moscas, al menos genéticamente, a las que, por supuesto, no se nos ocurriría considerarlas prójimo. Todo parece cuestión de producir una conceptuación suficientemente sustancial para establecerlas. Decía el célebre físico Carl Sagan: “somos polvo de estrellas”, pero el poeta Quevedo respondería: “Polvo, sí, pero polvo enamorado”, y ese es “otro” polvo.

Me resulta quizá más que una mera curiosidad, que etimológicamente, “otro” deriva del latín Alter, -Era,-Erum, y según Corominas2 refiere a ‘el otro entre dos’, y para efectos de esta exposición, quiero leerlo como habiendo un tercero que no es Yo, ni el prójimo, por cierto, esté ultimo término es una variación de “próximo”. ¿Quién podría ser entonces el otro que está entre yo y el próximo?

La proximidad del prójimo, aunque sea un pleonasmo, no es, desde luego, espacio-temporal, es similitud, semejanza, y todo énfasis o privilegio otorgado a las semejanzas va en detrimento de las diferencias. No es de extrañar, por tanto, que en la cultura del dominio, la homogenización, la globalización, el conocimiento, etc., todos seamos, no sólo semejantes, sino hasta iguales, iguales en derechos, oportunidades, etc., y como nos lo impide, como dice el dicho popular, que “hay unos más iguales que otros”, el proyecto neoliberal fundó las identificaciones en el pensamiento, publicitando el señuelo colectivo de que somos, o, hemos de aspirar a ser, iguales en pensamiento, en sus modos y lógicas. Señuelos que erigió el poder dominante como el único capaz de conducir a la verdad, a la realidad. Ese es el mundo real al que debemos aspirar, de modo que las diferencias no sean más que una sub-gradación de esa realidad, subgradación que habrá que elevar con educación y fidelidad a su noble propósito, o, mejor dicho, al propósito de los nobles. Peo la identificación con el pensamiento no basta para conseguir eso lugar que nos iguale con otros. La cultura que exalta el pensamiento, el científico, la fidelidad a sus noble propósitos, como divisas del “éxito”, “progreso”, etc., nos propone la razón del poder como si fuera el poder de la razón.

El otro “es objeto, modelo, auxiliar, enemigo”, decía Freud en “Psicología de las masas y análisis del Yo”, disolviendo el distingo entre Psicología individual y social. El inventario podría extenderse, pero no trascenderíamos la referencia implícita al Yo. El otro es siempre para un yo, o para un nos-otros, pero no siempre tiene el mismo lugar. En la cita anterior, casi podemos leer el itinerario de lugares que Fliess ocupó en la vida de Freud y a quien el propio Freud se refiriera como “mi otro yo”. Y es también casi una reseña, aunque no necesariamente en ese orden, de los lugares del analista para el analizante en el espacio analítico, aunque en éste, el horizonte de la cura es, precisamente, la disolución de todos ellos en favor del nacimiento de, por así decir, otro Yo. Otro sujeto que pueda reconocerse en sus diferencias con otros, sin que ellas detonen el afán de dominio, huida, o, aniquilación, como intento de garantizar la integridad de un narcisismo sostenido precariamente con los alfileres del saber que el poder ha oficializado.

Decía el poeta Machado:

“El ojo que ves no es ojo porque tú lo ves, es ojo porque te ve. [ ]Los ojos porque suspiras, sábelo bien, los ojos en que te miras son ojos porque te ven. [ ] Busca al tú que nunca es tuyo ni puede serlo jamás.”3

De modo menos poético, el psicoanálisis lo formula en el algebra de la mirada. Mirar, ser mirado, mirarse. Pero el poeta hace un añadido: “los ojos porque suspiras…”. y una distinción entre ver y mirar. Podría decirse en otras palabras: “No es que te quiero porque te veo, sino te veo porque te quiero”. En suma, es la querencia, el afecto, lo que torna la visión en mirada y la gobierna, aunque no sea siempre la querencia la que gobierne, sino también, el odio, el repudio.

La última frase del poeta es particularmente interesante a nuestro tema: “Busca al tú que nunca es tuyo ni puede serlo jamás”. Cambio el acento, no puede ser jamás tu Yo. Tú, es ese otro que no aparece sino ligado al Yo, y esa es, justamente, la imposible trama en la que se inscribe ver al tú, al otro, mirada que no puede prescindir del Yo, lo mismo para amarlo que para odiarlo.

En la construcción de un sujeto, lo que su Yo representa, no es más que el residuo de lo que quedó como resto de su origen imaginario construido como resignificación. “En un principio el Yo lo abarca todo”, decía Freud. Enigmático enunciado de apariencia contradictoria, puesto que si es todo, no habría un Yo que lo represente. Pero sólo es contradictoria si damos por supuesto que el Yo es el actual que la piel envuelve y que funciona autónomamente, precisamente lo que no acontece en el origen del sujeto. Sin embargo, por hacer sólo una equivalencia, no veríamos contradicción alguna cuando nos referimos a “nos-otros”, como unidad que abarca muchos y variados yoes identificados en un común denominador, a modo de Yo protésico transitorio, aunque sin hacer de lado que su Yo singular, es hijo de las pérdidas que se abonan como atribuciones al inventario de lo que es del otro. Yo está formado con las cicatrices de esas pérdidas que no en pocas ocasiones constituyen el único referente identificatorio, como es el caso del victimismo.

La fábula del perro y el gato, ilustra con elocuencia las diferencias entre el lugar del Yo y el de su origen: El perro, humilde, piensa de quienes le dan alimento y cuidado: “¡Oh! Han de ser dioses, me alimentan y me cuidan”, mientras el gato, soberbio y orgulloso, piensa; “¡Ah! He de ser un Dios, me sirven y me adoran”.

El Sujeto es ese perro que lastra la ilusión de unicidad y soberanía fálica del gato que supone que fue. Principio y fin en, por y para sí mismo. Muy bien podríamos decir parafraseando a Freud que, en un principio el Yo era Otro, con mayúscula, lugar del gato, y el collar que portan uno y otro, será emblema que actualiza el drama de lo perdido.

Me ven unos ojos en los que me miro, pero no ven lo que yo miro, ven un perro y yo me miro gato. Ahí es donde vemos operando las diferencias, en las miradas y Narciso comanda este intercambio de miradas.

Si el Yo es precipitado de identificaciones, el otro lo es de atribuciones. El nacimiento de yo y otro es simultáneo y correlativo, y sólo advienen sustancias diferenciadas como resultado de la intervención de la función paterna que lo entrega al mundo de los próximos. La piel envuelve, el Yo envuelve, pero no órganos, sino funciones, lugares y avatares de un sujeto cataclísmico, que no puede más que intentar dejarse ver en su yo ideal, vigoroso, integro, resuelto, etc. como emblemas garantes de ese, su mirarse, no resignado.

Dice Phillipe Julien: “El sujeto es el yo en tanto que otro”. Tomemos buena nota de esta caracterización. El otro, en ésta, ya no es sólo un prójimo, sino uno que habita en el sujeto mismo, es mucho más prójimo. Freud, desde el inicio, nos proporcionó el ejemplo paradigmático de esta trama con la parálisis histérica, la parte paralizada del cuerpo queda disociada de él, como algo ajeno al Yo; como si no le perteneciera, por eso no podía moverse o sentirse. Es el sujeto del Inconsciente. Lo Inconsciente es otro que nos habita y atribuye o asigna lugares al prójimo significándolo con las reminiscencias de lo que le fue arrebatado.

Percibir a otro sujeto en sí mismo, es algo que ni él mismo tiene posibilidad de hacer, en el mejor de los casos, es límite a la potencia del Yo ideal, pero ¿cómo asumir ese límite? La preservación complaciente del Yo implica ignorarlo, dominarlo o aniquilarlo.

Pensar al otro, es pensar “en” el otro, en su lugar, en sus atributos, pero sin resignar el Yo que lo piensa, por tanto, siempre nos referiremos a ese que nos habita. El nos-otros, propone convoca, con boca en monólogo coral, en tanto no haya quien se rebele en su aspiración distintiva. El nos-otros antagoniza, agoniza, ante un Yo que insiste en reivindicar su existencia para sí. Yo. Insiste y por eso persiste. Hay algo de él que tendrá que morir.

1.- Psicoanalista. Miembro fundador del Taller de Investigaciones Psicoanalíticas A.C. [email protected].

2 .- Joan Corominas. Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Ed. Gredos. Madrid, 2000.

3 Citado por: Marcelo N. Viñar. “El Reconocimiento del Prójimo. Notas para pensar el odio al extranjero”. En: Fanny Blank-Cereijido y Pablo Yankelevich (comps.). El otro, el extranjero. Libros del Zorzal, B’s A’s, Argentina, 2003. p. 38.

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