La violencia: el nuevo silencio
por Alejandro Salamonovitz Weinstock

La violencia irrumpe nuestros sentidos. Ella desborda, lastima, todos nuestros aparatos de percepción. La patria duele en la piel supurante de angustia. Lo que vemos nos llena la boca de un «no puede estar ocurriendo», «eso no puede ser cierto».

El mundo se parece cada día menos al mundo en el que aprendimos a hablar. La lengua que nos habita no sabe decir sobre el mundo actual, este lugar de violencia que hace del tiempo ráfaga de fuego. Cada época construye su lengua, y después de un cierto lapso el lenguaje cambia. Cada nueva era recrea su idioma. La lengua renace tras la muerte de los tiempos como una forma de contar la historia.

Sin embargo, cuando la violencia rebasa nuestra posibilidad de apalabrar nuestro testimonio como memoria que apuntala el presente, cuando lo que percibimos es in-creíble, optamos por no mirar lo que vemos. Renegamos de la realidad para soportar la existencia, y con ello nos ati-borramos de silencio, nos borramos, enmudecemos. El mundo deja de ser una cuna de palabra, la patria ya no es patria, que en latín significa país del padre de uno. La violencia nos despoja del nombre del padre, del país prometido como sello del lazo trans-generacional. La madre tierra ensangrentada, a-pátrida, nos arroja a un aborto colectivo de sujetos. En América Latina caminamos de la mano los sin-tierra con los sin-patria, pobreza y silencio es el flagelo de los no-nacidos, los sin-nación. Somos los nuevos huérfanos, los ORFANS[*] .

Orfandad post-moderna que nos priva del lenguaje, de un padre, una patria, que dé palabra. La orfandad no es efecto de la muerte de los padres, sino que es producto de su desaparición, de su borramiento. El padre muerto, transmite, hace lazo, hereda nación. El padre borrado es el mata-patria, es un NO-padre que engendra un NO-hijo. Es el que huye por la puerta de atrás en el recinto donde se escribe la ley.

Las ráfagas de fuego, son el estruendoso llanto, de los huérfanos despojados de su lengua de hablar. El gatillo es la nueva lengua, el nuevo silencio, que en sus percusiones anuncia la muerte de la cultura. Nuestras bocas obsoletizadas, repiten un discurso que habla de otro tiempo y otro mundo. Son gritos de añoranza por la patria, trauma irresoluble que trueca la historia por melancolía. Son imitación de metralla, máquina de repetición, que no cesa de NO hacer memoria.

El silencio hoy crece desde nuestra imposibilidad de habitar nuestra lengua y nuestra patria. Nuestro silencio es testigo de una orfandad colectiva, aliento de angustia, realidad insoportable, palabra en agonía

(*)Fernández G. Carlos, Salamonovitz W. Alejandro, ¿Por qué un psicoanálisis? pág. 47, Ed. CPM, 2013.

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