Comentario a la obra: Azul melódico solar
por Carlos Fernández Gaos

Puedo ser teatral, pero no soy ni teatrero, ni crítico de teatro, de modo que dejo a ellos las consideraciones que les corresponden, y me dedico a reflexionar especulativamente sobre algunos aspectos de esta obra, respondiendo a la amable invitación que me hiciera Tamara, a quien agradezco haberme dado el privilegio de esta oportunidad y, por tanto, de quien espero que encuentre en estas mis andanzas, pre-textos para otros textos suyos.

Seré muy breve, porque considero que la obra tiene mucho y que merece una reflexión profunda, que sólo es posible, como toda reflexión, en colectivo.

Dice Freud en un célebre texto(1) que:

“Podría caracterizarse sin más al drama por esta relación con el penar y la desdicha, sea que, como en la comedia, despierte sólo la inquietud y después la calme, o que, como en la tragedia, concrete el penar mismo”.

Si en otras modalidades del drama, el conflicto, el sufrimiento, son engendrados por motivos sociales, religiosos, con los poderosos, etc., en la obra que hemos presenciado, “el penar y la desdicha” en las relaciones amorosas, se tornan en conflicto cabalmente psíquico, no obstante las referencias a las diferencias sentimentales, morales, caracteriales, o, al capitalismo y demás calamidades externas.

Un poco más delante de la anterior cita de Freud, dice:

“Ahora bien, la serie de posibilidades se amplia, y el drama psicológico se vuelve psicopatológico, cuando la fuente de sufrimiento en que debemos participar (como espectadores) […] no es ya el conflicto entre dos mociones dotadas de un grado de conciencia aproximadamente igual, sino entre una moción conciente y una reprimida. Condición del goce es, aquí, que el espectador sea también un neurótico…” (p. 279) (como espero que lo sean, todos)

Es decir, parafraseando a Freud, … son mociones encontradas las que se combaten, en una lido que no culmina con la derrota del héroe, en este caso la heroína, “Ella”, sino con la de una moción. El espectador se reencuentra en la moción reprimida, no la consciente, no obstante puede gozar de la obra porque esa moción no se evidenció, no quedó expuesta, no llegó a la conciencia en los personajes, lo que evita que tenga que hacerse cargo de ella, quedando identificado con los sentimientos, los reproches mutuos, las objeciones, los anhelos, los deseos, etc. todos ellos estupendamente expuestos en esos episodios de espejeos mutuos, rebeldías a “representar a un representante que no la representa”, etc., en los que el intercambio de personajes da debida cuenta de que algo más acecha en lo más profundo de cada uno y que da lugar a cierta intercambiabilidad del objeto amoroso. (1)

La permanente presencia de una especie de Ideal del Yo, Superyó, S. de B., se advierte como referente, a la vez que crítica de convencionalismos, de complacencias y concesiones, de condicionantes que pervierten y constriñen la libertad del cómo amar, etc., llevada a la complicidad en ese poema coral final que en el que todos participan. Recuperación y reivindicación del valor y sentimientos conquistados, que maquilla con enorme sensibilidad las miasmas de esa verdad del amor pleno que por no existir, no cesa de insistir.

Ella, nombre del personaje, no es sólo una abstracción en la que cualquier mujer podría sentirse representada, es también nombre que funde, confunde, condensa Él y la, (Lo masculino y lo femenino) como enunciado del deseo que gravita en los anhelos del amor. Para Ella, Miguel es Mi Él, ¿A quién, sino, se pediría reciprocidad que honre la comunión de los nombres del amor? Con estos nombres podemos construir el acechante fantasma que termina por exigir la rendición del deseo que pone en riesgo su subsistencia. Fantasma que torna mudanza (escena con la que inicia la obra) lo que tendría que haber sido cabal mutación, una que diera ocasión a que el otro tome el lugar que le co(r)responde. “Esa” y “Suel” serían otros nombres, pero sería descarnar a los personajes. No quedaría nada por despedazar.

El fantasma es, finalmente, quien gana el combate, pero no hay derrotados porque será desafiado a nuevas lides. “Y no pido disculpas (termina la obra) ni redimir nada, volvería a apostarlo todo. Siempre valdrá la pena volver a hacerse pedazos”. Pena y pedazos son los rastrojos de un trofeo póstumo, aunque no por ello y para el Ello, renunciable.

Conmovedora obra, honesta en la exposición del drama que habita en todos, elocuente en sus personajes y escenas, y profunda en sus locuciones. Mis más sinceras felicitaciones a Tamara y a todos los actores.

(1) Personajes psicopáticos en el escenario. A.E. Vol. VII, p. 275.

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