Migración y psicoanálisis. La migración: entre la muerte y la poesía.
por Alejandro Salamonovitz Weinstock

México DF, al 24 de noviembre del 2012.

La palabra migrar viene del verbo migrare, cuya raíz indoeuropea es mei, y significa cambiar de residencia, moverse. Pero la palabra cambiar, a su vez tiene que ver con mutare de mutación.

Las migraciones del siglo XX y XXI, han significado verdaderas mutaciones para millones de personas y familias.

Exiliarse, desterrarse, transterrarse o desplazarse de un origen, un lugar primero en el que aprendimos a hablar y a percibir el mundo, son tránsitos aterradores. Emigrar es aterrador en tanto nos deja a-terrados, sin tierra, trastocando nuestros referentes culturales y lingüísticos.

Las violencias físicas, verbales, xenofóbicas, religiosas, económicas, etc., han orillado a millones de personas a vivir la experiencia de la migración.

Nada de esto es ajeno en nuestro país. Desde la frontera sur observamos el siniestro jaloneo de la bestia de hierro que va desgarrando almas al tiempo que cabalga sobre los durmientes de la melancolía. A lo largo y ancho del país mujeres y niños se arremolinan en espera de la mesada que llega en billetes verdes. Billetes enviados por padres ausentes que se obtienen con sangre sudor y lagrimas al otro lado del Río Bravo. Cada vez nacen más pueblos fantasmas en el corazón de nuestra patria, en los que sólo habita el olor a muerte y persecución. Nuestras grandes ciudades respiran un toque de queda que nadie ha decretado pero todo el mundo acata.

La migración es un tejido complejo que recorre cada mirada y cada respiración de los que habitamos tierras de miedo, injusticia y persecución.

Todos soñamos con emigrar a tierras de paz. Muchos tenemos al suerte de añorar el paraíso en el que nacimos, otros sólo añoramos lo que nunca hemos tenido.

¿Cómo lograr que el Mar Rojo, ese mar de sangre que nos duele, se abra y nos devuelva la esperanza de caminar hacia una tierra, siempre prometida y nunca encontrada?

Cuando la libertad singular de cada sujeto es pulverizada por su sociedad, el sueño de migrar palpita con la esperanza de movernos y llegar a mejores puertos. Sin embargo: ¿Cuántas veces el paraíso prometido se vuelve inferno? ¿Y cuantas veces salvar la vida tiene el costo de perdernos? ¿Cuántas veces migrar para sobrevivir es dejar de vivir? ¿Cuántas veces migrar es mutarse, volverse otro?

La migración no es otra cosa que una infinita repetición del éxodo primordial. Historia hecha de crimen y dolor, que una y otra vez, nos arroja al abismo de una nueva lengua.

La migración nos pone ante la disyuntiva de mutarse o morir. Disyuntiva un tanto tautológica en tanto mutarse es matar ese Yo con el que partimos. El sobreviviente, migrante por excelencia, es el que salva su vida biológica para acunarse en otra muerte, la del Yo, la del ser que fuimos. El sobreviviente de la migración, es el que hace de su insoportable angustia, una larga estela de dolor.

¿Pero cuál es el éxodo primordial que es recreado, reeditado, retraumatizado en cada migración? Ese éxodo primordial parece ser un pasaje por el que atravesamos todos los seres parlantes. La primera migración del ser humano es la que lo decanta en sujeto psíquico, llevándolo desde el cuerpo hasta su imagen. Esta primera migración nos exilia de la carne y nos lleva a habitar la tierra de la lengua. Nacemos a la cultura, al precio de exiliarnos de ese cuerpo paraíso en el que nos con-fundimos con la madre.

Freud, en su artículo «Más allá del principio del placer» -obra en la que introduce la pulsión de muerte y su vinculación con la compulsión a la repetición- , habla de esa experiencia que descubre en su nieto de 18 meses, conocida como el juego del carretel o del Fort-Da.

¿Cómo enfrenta el bebé la ausencia de su madre? Esa angustia insoportable del desamparo, es dominada mediante una inversión que trueca la pasividad de un ser abandonado, por la actividad de un ser que abandona, expulsa. Esta inversión que abre las puertas del nacimiento del sujeto psíquico es la que le permite al bebé decirle a la madre: «No eres tú, madre, la que me deja hundido en la soledad y en la indefensión de mi impotencia, soy yo quien te expulsa, quien te dice vete. Tú no me dejas a mi, yo te corro a ti».

Mediante un juego repetitivo en el que el bebe sustituye a su madre por un carretel, justo en esta sustitución, podemos ver la marca de la metáfora y del lenguaje que nace tras un juego de repetición. El bebé hace desaparecer a la madre-carretel lanzándola tras la cuna y dejándola colgada del piolín. Este movimiento lo acompaña de la palabra Oooo, Fort (que en alemán significa se fue). El bebé, en un segundo tiempo, jala del piolín y reaparece a la mamá-carretel al tiempo que dice Da (en alemán significa aquí está).

Esta fotografía in statu-nascendi del lenguaje en un bebé, implica una traslación desde el cuerpo hasta la imagen, fenómeno que Lacan llama Estadio del Espejo, y que intercambia el cuerpo por la imagen como costo de adquisición del lenguaje, como dando en trueque, la angustia del desamparo, por el dolor de la culpa de haber desterrado a la madre. Este cambalache de afectos que muta la angustia en dolor, es la marca de todo sujeto psíquico en su travesía por el remolino de la pulsión de muerte, lugar de engendramiento del lenguaje, abismo entre el crimen y la palabra, en el que se jugara toda la historia futura del sujeto, cabalgando en una dialéctica entre violencia y lenguaje, entre palabra y silencio. Migración llena de escollos, que harán del camino, el destino del sujeto naciente.

El éxodo primordial del ser humano, su primera migración, es la que lo lleva del cuerpo indiferenciado de su madre, al yo naciente del narcisismo. Esta primera migración es una bestial mutación, que va del autoerotismo al narcisismo.

Queremos proponer, en esta sesión científica, que es justamente esta primera migración que hace el sujeto desde el cuerpo hasta su imagen, la que queda como fantasma de repetición, en toda experiencia migratoria que sufra una persona en su vida.

Toda migración, por las causas que sean, implicará una mutación del Yo, transformación profunda que se ancla en el origen mismo del sujeto psíquico. La experiencia migratoria será tan distinta y singular en cada sujeto, como ha sido su travesía inicial que lo llevó a abrevar en las aguas del lenguaje.

El ser humano adquiere su Yo al precio de abandonar el paraíso del cuerpo materno-bebé, terreno de goce infinito al que siempre añoramos volver, estanque anhelado que fue nuestra morada cuando aún no existíamos.

Toda migración tiene un ingrediente de deseo de volver a ese paraíso perdido.  El migrante sueña con regresar a ese cuerpo que el lenguaje le arrebató como cuota de existencia.

Esta reedición compulsiva de retorno al paraíso perdido, añoranza insaciable del cuerpo materno, estaría detrás de todos los impulsos del sujeto por someterse a una migración.

Proponemos a la pulsión de muerte, como el acicate que nos arroja por los senderos de la sobrevivencia.  La pulsión de muerte nos brinda la herramienta fundamental que hace posible una migración:  la demolición masiva de vínculos y lazos sociales.  Es decir, la pulsión de muerte pulveriza los amarres de nuestra pertenencia a un lugar.  Ella rompe las corduras de un barco de locura que tiene que zarpar. No es posible migrar sin romper el henequén de la cordura. Justamente, no hay más cordura que el Yo. Freud nos muestra que el Yo no es otra cosa que una colección de objetos abandonados. Es el mausoleo de los pasajes de nuestra vida.  El cementerio de los amores perdidos. El Yo es cordura, es una cuerda que amarra nuestras pérdidas para no volvernos locos.  El Yo es la sede de esa tormentosa dialéctica que habita a los seres humanos, y que bascula entre el amor de objeto y la identificación. El Yo sabe que, si ya no puede amarte, te hará parte de él a la manera de una identificación canibalística que reedita ese primer Estadio del Espejo del hombre primitivo, y que Freud construye como el mito del Banquete Totémico.  El padre asesinado y devorado, migra hecho ley, a las entrañas de los hijos.  Todos los hermanos migran, sufren mutaciones, haciendo de su envidia y resentimiento, ley, justicia, y amor fraternal.  Todos ellos pagarán el precio de fundar una cultura, con la culpa compartida de haber asesinado y devorado al padre.

Toda migración funda una nueva cultura en nuestras entrañas, siempre y cuando cortemos nuestras amarras de nuestra cultura de origen, identificándonos con nuestros objetos amados-perdidos.  Es en este sentido que toda migración se debate entre el duelo y la melancolía.  Es decir, entre la vida y la muerte.  Es, por decirlo así, un duelo a muerte.

Podemos decir, con todo lo anterior, que un proceso analítico, ese viaje que hacemos en el diván, se parece a una migración.  Es mutación del alma, es descubrimiento de una nueva lengua, despliegue de nuevos discursos y apropiación de culturas abandonadas y perdidas.  Todo análisis es desatadura, rompimiento de corduras, transmutación de nuestro Yo.  Es locura sin cuerda, palabra sin censura, discurso sin amo.

La vida es una larga cadena de migraciones.  En el espacio, en el tiempo, en el cuerpo, en los afectos, en las ideas, en los odios, en los amores y en las indiferencias. Quizá la pregunta que me queda, es si todas las migraciones van en la misma dirección.  Me parece que no.  Me parece que hay migraciones de vida y migraciones de muerte.  Es decir, si todas las migraciones requieren de la pulsión de muerte, eso no significa que apunten a la muerte.  Unas le dan vida al sujeto, y otras le dan muerte.

De todas las migraciones de las que desciendo, en tanto yo mismo he nacido en el camino de una migración, la que me ha fascinado más es la migración del proceso analítico.  Esa desgarradora y profunda mutación del ser.

¿Qué es lo singular de esta migración? En primer lugar busca ser la última migración de las transferencias atormentadas.  Lugar de reposo en el que el exilio deja de ser un estigma para convertirse en la fuente de la que bebe la palabra que nos habita.  Es recreación del goce inefable que acompaña rozando la letra al espíritu de un decir poético que hace agua la boca del que habla.  Que hace del que escribe una mano sin amo que se agolpa tras la pluma del deseo escribiendo quién sabe qué cosa que aún no ha sido pensada.

Esta migración en lo más entrañable del ser no cesa de viajar en el continente infinito de la lengua.  Somos hijos de la lengua y nacemos exiliándonos en una migración primordial.  El secreto de migrar hacia la vida, nos parece que consiste en hacer de toda migración un exilio, acto de asunción de una pérdida irreparable, imposibilidad absoluta de retornar al origen.  Nunca es posible el retorno, ya que hasta cuando volvemos estamos yendo.  Toda migración implica una quema de naves.

El descubrimiento, la invención del psicoanálisis, es justamente la salida, en tanto creación de una tercera opción, al binomio entre amor de objeto e identificación.  El psicoanálisis introduce ese lugar tercero, puerta de salida a la díada mortífera madre-hijo.  El psicoanálisis es una migración en la que descubrimos, que más allá que tener que elegir entre ser o tener, podemos hablar.  El psicoanálisis es una migración que nos arroja a un país llamado exilio, en el que la moneda de cambio es la palabra.

El neoliberalismo es una reedición interminable del Banquete Totémico, en el que la ley y la palabra no cesa de no escribirse.  Millones de migrantes son devorados por el sistema de exclusiones múltiples que engendra nuestra cultura barbárica.  ¿Cuántas veces habrá que devorar al prójimo para hartarnos de defender el sistema consumista de ser o tener, pero nunca perder?

Nuestra sociedad está detenida en un narcisismo-totemismo que no termina de asesinar para poder hablar.  La palabra prometida nunca llega, y la migración de la barbarie al socialismo, sigue siendo en los albores del siglo XXI, una utopía.

A manera de conclusión de este escrito, diré que toda migración que prescinda de un acto poético capaz de parar el crimen y la guerra, será solamente una migración de muerte, será una pulverización de lazos sociales, palabra no nacida, infinita exhalación de un sujeto que no cesa de no advenir.

ENTRE LA ENFERMEDAD Y EL DESAMOR
por Betzabe Avila López
10 de mayo de 2023
Reflexiones de Vladimir
por Vladimir García Radilla
28 de octubre de 2022
El Ethos de un toxicómano.
por Vladimir García Radilla
6 de abril de 2022
El otricidio: una lectura psicoanalítica
por Alejandro Salamonovitz Weinstock
8 de octubre de 2020
«Pensar al otro, pensar el pensamiento»
por Carlos Fernández Gaos
8 de septiembre de 2020