Seminario: BURROUGHS, LA HEROÍNA Y EL ALMUERZO DESNUDO
por Vladimir García Radilla - 24/06/2021 10:00 am

Habla William S. Burroughs de su adicción; testimonia sin tener consciencia; no hay registro en su memoria, lo hay, sí, escrito. ¿Quién escribió eso, El almuerzo desnudo? Leer en su testimonio el uso enloquecido de la heroína, desde su extravío radical hasta su recuperarse. A través del hilo de la escritura, su encuentro con cierta lucidez que le permite ver, luz del resplandor de la muerte. “Un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores”. Argumento: Burroughs no tiene registro consciente de lo que escribió. Quién escribe, qué sujeto hay de esa escritura. Quién consume, qué sujeto de ese consumo. Qué se muestra en eso escrito que constituye un acto. Lo mostrado sólo puede ser recuperado, subjetivado a posteriori, après coup. “No tengo recuerdo preciso de haber escrito las notas publicadas ahora con el título de EL ALMUERZO DESNUDO […] Hasta mi reciente recuperación no comprendí lo que significaba exactamente lo que dicen sus palabras.” Nuestro punto de partida es un escalón previo que hemos concebido como consideraciones preliminares. Atravesar con facilidad (euforós) una experiencia apremiante y/o no sentir dolor son premisas de la época actual con las que los sujetos se orientan en su vida cotidiana. La multiplicidad de sentidos que pueda tener el consumo de drogas para cada uno, en lo singular, en nuestra época, están sostenidos en un discurso de filiación hedonista que impulsa al placer y a la evitación del dolor y el malestar. Ahí, hemos propuesto una diferenciación entre adicción y toxicomanía desde un punto de vista fenomenológico, a partir de la manera en cómo unos y otros enfrentan su existencia. Mientras el adicto puede atender aquello de lo que se ha de hacer cargo en su cotidianidad, el toxicómano hace girar su vida en torno al consumo, nada tiene sentido sino es con miras a consumir la droga. Es la manera en como entendemos el vocablo griego manía. Dice Burroughs: El adicto puede pasarse ocho horas mirando la pared. Tiene conciencia de lo que le rodea, pero carece de connotaciones emocionales y, por consiguiente, de interés. Recordar un periodo de adicción fuerte es como escuchar una grabación de acontecimientos exteriores […] Recuerdos totalmente desprovistos de nostalgia. Sin embargo, tan pronto como el nivel de la droga desciende bajo par, el flujo de la carencia inunda el cuerpo. (1997, p. 47) Pero en esta generalidad, no es posible establecer tipologías o categorías sobre cada adicto, sobre cada toxicómano. Se trata de una orientación para ubicarse en la posibilidad de un tratamiento de los consumidores de drogas. El malestar corporal recuerda a Burroughs que vive, que está carente. Mientras la heroína actúa y es efectiva, nada mueve lo moviliza; la carencia de droga hace que vaya por otra dosis, anulando así el movimiento originado por la falta. En otro pasaje, él refiere su estar absorto mirando la punta de su zapato durante ocho horas; absorberse en la aparición de esa visión superficial de los entes, donde el mundo como tal ha desaparecido. El cuerpo es un instrumento que absorbe al mundo y lo hace desaparecer. Apatía, ensimismamiento, obturación de cualquier falta. Ausencia de movimiento y de vínculos con los otros o con los entes intramundanos. Incluso una vez pasados, los acontecimientos durante la intoxicación son ajenos: exteriores. El vínculo erótico es de la misma manera eclipsado, la relación del consumidor de heroína que es Burroughs, es expuesta como extrañamiento. Me miro los pantalones, asquerosos, no me los he cambiado desde hace meses… los días se deslizaban amarrados a una jeringuilla con un largo hilo de sangre… Estoy olvidando el sexo y todos los placeres corporales precisos, soy un fantasma drogado, gris. Los chicos hispanos me llaman El hombre invisible… el hombre invisible. […] El adicto considera su cuerpo impersonalmente, como un instrumento para absorber el medio en el que vive, valora su tejido con las manos frías de un tratante de caballos: «Es inútil tratar de pinchar aquí». Ojos de pez muerto que revolotean sobre una vena destrozada” (Burroughs, 1997, p. 47) El mundo absorbido por el cuerpo es ajeno; ajeno el mundo, ajeno el cuerpo. Todo es exterior e impersonal, extraño. ¿Qué queda del sujeto en cuanto se ha extrañado del mundo, de los otros, de su corporalidad? No hay existencia, sólo una presencia. Por otra parte, lo que Burroughs llama el punto crítico de la carencia es el momento de decidir. Lo inabarcable de su necesidad de droga; el requerir cada vez más para apaciguar y mantener a distancia la carencia lo conduce a esta encrucijada: Dejar la droga o permanecer consumiendo hasta morir: El punto crítico de la carencia no es la fase inicial de malestar agudo, sino el paso final para quedar fuera del medio de la droga… Hay un intervalo terrorífico de pánico celular, la vida suspendida entre dos maneras de ser… En ese punto, el anhelo de droga se concentra en un último, absoluto deseo, y parece cobrar un poder nunca soñado: las circunstancias ponen la droga en tu camino…” (Burroughs, 1997, p. 67) Es pues la confrontación con el límite; aquí su límite es la posibilidad de ya no poder obtener más droga, de ser absolutamente dependiente para poder consumir. Pero además, quizá lo más fundamental, es presentificar la posibilidad de morir. Así, o resuelve hacer un giro en su existencia o terminar con ella: […] Porque nunca tenía droga suficiente, nadie la tiene nunca. Dos gramos de morfina al día y seguía sin ser suficiente. Y largas esperas delante de la frarmacia […] Y de repente mi hábito empezó a crecer y crecer. Tres, cuatro gramos al día. Y seguía sin bastarme. Y no podía pagar […] Allí estaba, con mi último cheque en la mano, y me di cuenta de que era el último cheque. Tomé el primer avión a Londres. (Burroughs, 1997, p. 11) Esa experiencia límite no es exterior, no es ajena en ningún sentido; experimentar la carencia de droga es como morir: Los yonquis siempre se quejan del frío, como ellos lo llaman; se levantan el cuello de sus chaquetas negras y se abrigan el flaco pescuezo… pura trampa de drogado. Un yonqui no quiere sentir calor, quiere estar fresco, más fresco, FRÍO. Pero quiere el FRÍO como quiere su droga, no FUERA, donde no le sirve de nada, sino DENTRO, para poder estar sentado por ahí con la columna vertebral como un gato hidráulico… y su metabolismo aproximándose al CERO absoluto.” (Burroughs, 1997, p. 14) Si hay una proximidad de la muerte, como carencia de droga, esa proximidad no es asumida en el sentido de empuñar la propia vida, sino en el de la disyuntiva droga o muerte. Tal aproximación a la muerte no conduce directamente a su comprensión. El “adicto” que fue Burroughs no asume esa proximidad inmediatamente, como no puede asumir que su metabolismo está al límite de su funcionamiento. Sólo si se asume la finitud como una posibilidad cierta, en donde el toxicómano ve droga o muerte, puede haber retorno: “[…] Allí estaba, con mi último cheque en la mano, y me di cuenta de que era el último cheque. Tomé el primer avión a Londres.” Salir del consumo enloquecido de la droga, tiene como condición de posibilidad, la comprensión de algo que no pasa por la razón, ni por las razones de los especialistas ni de otros consumidores, es un acto singular. Los Alcohólicos Anónimos le llaman tocar fondo, pero es en todo caso la presentificación de un límite abismal, en el que el sujeto se advierte finito. Por ello la salida de la toxicomanía sólo puede ser ética; es posible en tanto el consumidor asume su finitud y decide acerca de su vida. Convertir una toxicomanía en una adicción. Es así que, todavía en un consumo aparentemente moderado, Burroughs retoma la escritura y su vida; muere muchos años despúes, en 1997, a los 83 años. La propuesta de este seminario, es leer en el texto de Burroughs una forma de locura localizada en el consumo de heroína. Inyectarse cada ocho horas, durante todo un año, una dosis en aumento constante. Es llamativo en ello, que la escritura haya formado parte de las pocas cosas de las que además se ocupaba… sin saberlo, no obstante. “Every man has inside himself a parasitic being who is acting not at all to his advantage.” Esto que puede interpretarse como “no siempre”, “no del todo”, nos indicaría que ahí donde ese ser parásito actúa condenando, también actúa a favor… de la escritura.

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